Contra muchos pronósticos, el partido pro-europeo se impuso en las elecciones parlamentarias de Moldavia del pasado 28 de septiembre, calificadas por varios analistas como las más importantes de la historia del país. Maia Sandu, líder del partido Acción Solidaria (PAS), obtuvo un 50,16% de los votos y suficientes escaños en el parlamento moldavo para mantener su mayoría absoluta. Esta victoria aplastante ha supuesto una sorpresa, pues se esperaban unos resultados mucho más reñidos entre el PAS y el Bloque Electoral Patriótico, la coalición opositora prorrusa, que apenas alcanzó el 24% de los votos.
La victoria se produjo en un contexto polémico, marcado por la exclusión de partidos prorrusos vetados apenas días antes de las elecciones, lo que generó debates sobre la equidad y transparencia del proceso. A pesar de estas tensiones y de la creciente influencia de actores internacionales, el resultado garantiza un control parlamentario sólido y refuerza el rumbo proeuropeo que Moldavia ha mantenido bajo la presidencia de Maia Sandu. Para comprender la relevancia de estos resultados y las tensiones que atraviesa el país, conviene repasar la trayectoria histórica de Moldavia desde su independencia en 1991, marcada por la división entre orientaciones pro-europeas y prorrusas y la presencia de regiones autónomas como Transnistria y Gagauzia, que reflejan los complejos equilibrios internos y externos del país.
En la facción prorrusa encontramos principalmente a los territorios separatistas de Transnistria y Gagauzia. A partir de su autoproclamada independencia a principios de los años noventa, el protoestado de Transnistria supone una de las mayores crisis geopolíticas de Moldavia, la cual sigue sin resolverse tras más de tres décadas. Esta zona limítrofe con Ucrania, situada en el oeste del país y apoyada por Rusia, posee gobierno propio, pasaportes, ejército y Constitución. Aunque Transnistria no participa plenamente en las elecciones nacionales debido a la falta de control del gobierno central, su existencia influye directamente en la estrategia política de los partidos prorrusos, que a menudo recurren a la narrativa de protección de la región para movilizar votantes en otras partes del país. Además, la presión económica y militar de Rusia y las campañas de desinformación originadas desde este territorio han afectado los procesos electorales, dificultando el camino de Moldavia hacia la integración europea y reforzando la polarización interna.
Gagauzia, por otra parte, es también una entidad autónoma con un fuerte sentimiento prorruso. Situada en el sur de Moldavia, esta región sí aceptó integrarse en el país, a diferencia de Transnitria. No obstante, los gagaúzos mantienen relaciones importantes con Estambul, pues son étnicamente turcos, así como con Moscú. En 2014 tuvo lugar el famoso referéndum sobre una posible integración en la UE, cuyo resultado demostró la clara animadversión de Gagauzia hacia la Unión. De esta forma, en la actualidad, la región mantiene lazos estrechos con Rusia, visibles en el desarrollo económico, político y social de la zona. Durante el periodo electoral, varios líderes gagaúzos denunciaron la supuesta “marginación” de su región, mientras que Moscú ha intensificado su presencia económica y mediática en la zona, promoviendo narrativas contrarias a la integración europea. Este vínculo convierte a Gagauzia, junto con Transnitria, en otro de los pilares claves de resistencia al proyecto europeo.
En un país dividido y con tensiones internas y presiones externas, la figura de Maia Sandu se ha consolidado como el principal referente del europeísmo en Moldavia. Desde su llegada al poder en 2020, Sandu ha impulsado una agenda centrada en la lucha contra la corrupción, la modernización institucional y el acercamiento a la Unión Europea, objetivos que han definido tanto su mandato como la orientación política del país. No obstante, la invasión rusa a Ucrania cambió el rumbo de su legislatura, que pretendía focalizarse en las reformas internas más que en los acontecimientos geopolíticos. La cercanía del conflicto ucraniano obligó al gobierno de Sandu a reorientar prioridades, fortaleciendo la seguridad nacional, gestionando el impacto económico y energético, y coordinando la llegada de refugiados.
En este contexto, Moldavia se ha convertido en uno de los escenarios clave para la guerra híbrida rusa, combinando métodos cibernéticos, presión política, mediática y económica para influir en la opinión pública. Sin ir más lejos, el Kremlin fue acusado en repetidas ocasiones de librar su propia campaña electoral en territorio moldavo. Asimismo, la exclusión de varios partidos prorrusos apenas días antes de las elecciones aumentó las tensiones políticas. Estas formaciones fueron vetadas por supuestos vínculos con financiamiento ruso y actividades de desestabilización, lo que generó un intenso debate sobre la equidad del proceso electoral. Críticos argumentaron que la medida limitaba la pluralidad política y podría haber favorecido al PAS, mientras que sus defensores señalaron que era necesaria para proteger la integridad del voto frente a la interferencia extranjera.
Finalmente, el PAS consiguió 61 de los 101 escaños del parlamento, asegurando una mayoría absoluta que le permitirá impulsar su agenda sin necesidad de alianzas. El Bloque Electoral Patriótico, en cambio, quedó limitado a 24 escaños, mientras que otros partidos minoritarios se repartieron los 16 restantes. La participación electoral fue del 52%, con marcadas diferencias regionales: mientras en las zonas proeuropeas el PAS obtuvo un respaldo masivo, en las ya mencionadas Transnitria y Gagauzia los votos se inclinaron hacia los partidos vetados o los candidatos más próximos a Moscú. La Unión Europea y Estados Unidos felicitaron al PAS por su victoria y reiteraron su apoyo al rumbo proeuropeo de Moldavia, mientras que Rusia criticó la exclusión de sus aliados políticos y cuestionó la legitimidad de algunos resultados en regiones autónomas.
Con estos resultados, Maia Sandu y el PAS cuentan con un mandato claro para continuar con las reformas internas y la política de acercamiento a la UE, enfrentando al mismo tiempo los retos geopolíticos que persisten. Sin duda, este escenario electoral ha puesto de manifiesto la complejidad política de Moldavia: un país que, aunque apuesta por la integración europea, debe gestionar simultáneamente presiones externas, regiones prorrusas con autonomía significativa y desafíos internos en torno a la democracia y la gobernabilidad.