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DE LA IDEOLOGÍA AL CRIMEN: LA HIBRIDACIÓN DEL TERRORISMO EN NIGERIA

El terrorismo es uno de los conceptos más discutidos en los estudios de Relaciones Internacionales y Seguridad. La designación de un grupo como terrorista permite a los gobiernos reaccionar de manera más contundente ante la amenaza de un grupo violento. No obstante, no todo grupo violento constituye un terrorista y por eso los expertos están en constante debate sobre qué hace a un criminal un terrorista. 

Una de estos investigadores, Tamara Makarenko, argumentó que más que verlo como categorías distintas lo que debería verse, es un espectro de un continuo crimen-terror. Este continuo permite categorizar a grupos de manera mucho más precisa (colaboradores, organizaciones híbridas, clientes…) que simplemente las etiquetas criminales o terroristas.  En este artículo exploro cómo Boko Haram ha ido moviéndose por este espectro hasta situarse en una especie de insurgencia híbrida.

2002-2009: La radicalización de un movimiento religioso 

A inicios de los 2000, al noreste de Nigeria, nació un pequeño movimiento religioso de corte salafista conocido formalmente como “Jama’atu Ahil as-Sunna li as-Da’wa wa al-Jihad”. En esos años, Nigeria pasaba por una combinación de desigualdades socioeconómicas extremas, corrupción y tensiones religiosas. Al inicio, el grupo era un movimiento de jóvenes musulmanes no violentos con creencias radicales, inspirados por líderes como Muhammad Ali y, posteriormente, Mohammed Yusuf, quien consolidó su estructura en Maiduguri. Yusuf atrajo una amplia base social mediante las denuncias a la decadencia moral del estado y promoviendo un regreso a la pureza islámica. Bajo su comando, Boko Haram funcionó como una comunidad semiautónoma – un “estado dentro de otro estado”- con escuelas y servicios propios, rechazando la autoridad gubernamental y la educación occidental, percibida como fuente de corrupción moral y social. 

El asalto militar en Kanama en 2004 sumado a los repetidos choques con las fuerzas nigerianas de seguridad, transformaron al movimiento ideológico en una insurgencia violenta. La radicalización llegó a su punto álgido tras la ejecución extrajudicial de Yusuf en 2009. La reacción violenta marcó el inicio de una nueva etapa caracterizada por la violencia organizada. A partir de entonces Boko Haram adoptó tácticas insurgentes combinando sus reivindicaciones sociales y religiosas con su sed de venganza contra el Estado. Esta transición sentó las bases de lo que se desarrollaría los años siguientes: un grupo armado con ambiciones transnacionales, camaleónico en su ideología y métodos, capaz de adaptarse al contexto político y militar de África occidental. 

2010-2015: De la radicalización al terrorismo 

Tras la muerte de Mohammed Yusuf, Boko Haram resurgió bajo el liderazgo de Abubakar Shekau, marcando el inicio de una nueva fase caracterizada por la escalada de violencia y la adopción de tácticas terroristas sofisticadas. Enseguida, el grupo pasó de insurgencia local a una organización armada con proyección regional. A la orden del día estaban los atentados suicidas, los secuestros masivos y los ataques indiscriminados contra civiles, iglesias y símbolos del Estado. El pico de violencia llegó en 2014 con más de 7.500 muertes. Bajo Shekau, Boko Haram justificó la brutalidad con el tafkir – la práctica de declarar hereje o infiel a otro musulmán justificando su exclusión y violencia contra él -. Durante un tiempo una facción de Boko Haram , la facción de Ansaru, que criticaba la violencia indiscriminada y defendía ataques más precisos y estratégicos se separó de Boko Haram y se alió con Al Qaeda en el Magreb, allí se nutrió de tácticas de guerrilla y terrorismo y al reintegrarse más tarde todo el grupo vio reforzada su capacidad para conquistar territorio y expandir su influencia. 

Es por eso que entre 2014 y 2015 se declaró un “Califato Islámico” en el noreste de Nigeria y el control de vastas zonas permitió al grupo someter a la población a la ley Sharia. En marzo de 2015, Shekau juró lealtad al ISIS rebautizando a Boko Haram como ISWAP (Islamic State West African Province), esto representó su internacionalización dentro del yihadismo global. Sin embargo, esta alianza coincidió con el inicio de varios reveses militares importantes que las fuerzas internacionales y las nigerianas llevaron a cabo para recuperar parte del territorio. Así, esta fase cierra con Boko Haram siendo una amenaza terrorista global con un impacto brutal en Nigeria y en la región. 

2016-2021: Fragmentación e hibridación

Tras perder gran parte del territorio que controlaba, Boko Haram atravesó una profunda fragmentación ideológica y táctica. En 2016, el ISIS, a causa de una aplicación del Tafkir excesivamente brutal y literalista (Shekau lo estaba aplicando también con musulmanes), destituyó a Shekau como emir de ISWAP y nombró a Abu Musab al-Barnawi, hijo de Yusuf (el fundador de BH).  Esto resultó en dos facciones principales y competidoras: 

Por una parte, el ISWAP de al-Barnawi oficialmente afiliado al ISIS, con una postura más moderada en cuanto al takfir y enfocada sobre todo en objetivos militares. Y por la otra, el JAS de Shekau que vuelve al nombre original e interpreta el takfir de manera más amplia y brutal.  A pesar de las diferencias, ambas facciones continuaron operando de manera violenta y adaptándose con tácticas de guerrilla, secuestros estratégicos e incluso el uso de mujeres y niñas en atentados suicidas. 

Además de esta división, el grupo tuvo que reconfigurarse para responder a la presión militar, adoptando un modelo híbrido que combinó la insurgencia con el crimen organizado. En el Bosque de Sambisa y el Lago Chad erigieron bastiones desde los cuales ambas facciones intensificaron ataques asimétricos y secuestros masivos, usando estos últimos como moneda de cambio y herramienta de propaganda. Incluso ISWAP, más estructurado y estratégico, experimentó en esos años una radicalización interna, evidenciada por el asesinato de su líder moderado Mamman Nur en 2018.  

2022- hoy: Una amenaza terrorista y criminal 

Hoy Boko Haram y sus facciones son amenazas híbridas consolidadas que combinan el terrorismo y el crimen organizado. A pesar de la fuerte presión militar, los grupos yihadistas han demostrado una notable resiliencia, adaptándose y diversificándose para mantener su influencia en Nigeria y en el Sahel. 

Durante estos últimos años, la violencia de Boko Haram ha dejado de ser exclusivamente insurgente o terrorista, si no que se ha mezclado profundamente con actividades criminales sistémicas como el secuestro extorsivo, robos y contrabando de armas. Estos métodos no son solo fuentes de financiación, sino también tácticas para desestabilizar a las comunidades, especialmente a las cristianas, que sufren persecución selectiva, secuestros, violencia sexual y desplazamientos masivos. Esta combinación de terrorismo y crimen organizado ha contribuido a posicionar a Nigeria como uno de los lugares más peligrosos para los cristianos en el mundo. 

El fenómeno criminal se ha sofisticado, con vínculos con redes internacionales como ALQIM (Al Qaeda en el Magreb) que han contribuido al entramado de secuestros, contrabando y financiamiento ilícito en la región.  La corrupción endémica usual en Nigeria no facilita tomar medidas contra estos grupos que se ven impunes y refuerzan sus capacidades operativas, amplificando así la crisis de seguridad. 

Entre sus crímenes diarios se cuentan las ejecuciones, ataques contra propiedades, bandidaje, y enfrentamientos intercomunitarios. Este contexto transforma la región en un escenario donde el terrorismo se mezcla con el crimen organizado, generando un impacto devastador con millones de desplazados, un entorno de inseguridad persistente y donde la persecución religiosa y la violencia criminal se retroalimentan. 

En ese continuo entre terrorismo y crimen organizado, Boko Haram se encuentra en esas zonas grises en que la amenaza es multifacética, su violencia es ideológica y a la vez lucrativa y de subsistencia y el desafío que exige a las fuerzas de seguridad va más allá de medidas antiterroristas.

Daniel Castilla