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La geopolítica del oro en el Sahel

El Sahel se compone de una compleja red de actores, intereses y dinámicas que lo convierten en una de las zonas más pobres y conflictivas del mundo. Se trata de una región de gran relevancia geopolítica, no sólo por concentrar rutas migratorias clave y abundantes recursos estratégicos, sino también por la persistente inestabilidad política que la define. Esta combinación crea un entorno especialmente vulnerable al control de potencias externas, para las cuales los recursos minerales constituyen uno de los principales motores de influencia. 

En concreto, el oro se ha consolidado en los últimos años como el botín geopolítico de los grupos armados activos en Mali, Burkina Faso y Níger, Estados gobernados actualmente por juntas militares que forman la Alianza de Estados del Sahel (AES). Paradójicamente, los ciudadanos de estos países viven sumidos en la pobreza y la inestabilidad política, a pesar de los abundantes yacimientos de oro y recursos minerales que albergan sus territorios.

  • Del monopolio estatal a la fragmentación armada del sector aurífero

Tras la independencia de estos tres Estados, la minería de oro era casi totalmente artesanal y de pequeña escala, también llamada MAPE, con poco interés nacional y baja presencia extranjera relevante. No obstante, entre los años noventa y los inicios del siglo XXI, el descubrimiento de oro de gran calidad en la región derivó en la llegada progresiva de empresas extranjeras que, poco a poco, sustituyeron al control que las autoridades locales tenían previamente en algunas zonas. De esta forma, el oro se convirtió para Mali, Burkina Faso y Níger en una fuente de ingresos fiscales. Sin embargo, el colapso estatal tras las insurgencias yihadistas ocurridas a partir de 2012 redujo el control gubernamental sobre el oro, aumentando de nuevo la minería artesanal y facilitando la penetración de redes criminales en el sector, a causa de la debilitación del Estado. 

Así, cuando las juntas militares llegan al poder en Mali (2020), Burkina Faso (2022) y Níger (2023), se encuentran con un sector aurífero completamente transformado: la minería artesanal ha vuelto a expandirse de manera descontrolada, gran parte de las zonas productivas están fuera de la autoridad estatal y actores armados no estatales ejercen formas de control territorial, tributación y protección alrededor de los yacimientos.

  • Los actores que controlan hoy el oro

A pesar de haber perdido gran parte de su presencia territorial, los Estados de Mali, Burkina Faso y Níger conservan el control formal del sector aurífero, especialmente en las minas industriales explotadas por compañías extranjeras bajo concesión. No obstante, su capacidad real de supervisión es limitada debido a la inseguridad, la debilidad institucional y la falta de recursos en las zonas rurales donde se concentra la minería artesanal. 

Por otra parte, tenemos a la AES, formada en el 2023 con el objetivo de restaurar la seguridad regional y rechazar el orden regional previo, especialmente la intervención extranjera francesa. Esta alianza no se mueve solamente en la esfera militar, sino que también opera en la política y la económica. De hecho, tras la formalización del bloque, los tres países salieron de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), por considerarla una extensión de los intereses occidentales. En cuanto a lo que al oro respecta, se trata de uno de los sectores estratégicos en los que la AES busca recuperar la autoridad estatal, impulsando operaciones conjuntas y mediante una narrativa orientada al control nacional de los recursos. No obstante, el control más efectivo sobre la minería del oro en Mali, Burkina y Níger es ejercido hoy en día por los grupos yihadistas presentes en el Sahel central. 

Primeramente, destaca una de las principales filiales de Al Qaeda: el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes, también conocido como JNIM, por sus siglas en árabe. Surge en 2017 por fusión de cuatro grupos salafistas-yihadistas: Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Ansar al Din, el Frente de Liberación de Macina, y Al Murabitun. Se trata del grupo armado más influyente en Mali, donde se encuentra su líder, Iyad Ag Ghaly; y Burkina Faso, cuya evolución de la violencia es la más significativa. Asimismo, su creciente expansión ha llegado a Níger y continúa avanzando hacia otros Estados vecinos. 

El grupo gobierna aldeas indirectamente presentándose como protector de población local frente a las élites políticas, y se financia a través de cuatro fuentes principales: secuestros, robo de ganado, blanqueo de capitales y minería artesanal. En cuanto a esta última, JNIM ha protagonizado diversos ataques en áreas auríferas, tanto en Mali como en Burkina Faso, para consolidar así su control territorial, expulsar la presencia estatal y exigir a los mineros un porcentaje de la producción a cambio de protección. De esta forma, la coalición no sólo se financia, sino que también establece un control efectivo sobre la población civil.

Por otra parte, el Estado Islámico en el Gran Sahel (ISGS) domina la “Triple Frontera” entre Mali, Burkina Faso y Níger, zona crítica por su abundante minería artesanal y rutas de contrabando regional. Aunque no está documentada una implicación directa del grupo en la gestión de yacimientos auríferos, ISGS sí obtiene ingresos mediante prácticas de extorsión y cobro de tasas en zonas bajo su influencia, además de ejercer control sobre corredores utilizados para el tráfico ilícito, entre ellos los empleados para mover oro artesanal hacia los mercados regionales. Su presencia contribuye a la inseguridad en estas áreas y afecta indirectamente al sector del oro, al imponer costos adicionales a las comunidades locales y a los mineros que operan en entornos donde el Estado ha perdido capacidad de control.

Por último, resulta fundamental abordar el papel de las PMCs rusas en el sector aurífero del Sahel, acentuado desde la invasión rusa de Ucrania por las numerosas sanciones económicas a las que se enfrenta Moscú.

El grupo Wagner, la principal PMS rusa, desplegó su actividad en Mali tras el golpe de Estado de agosto de 2021, y ha ido ampliando su área de influencia hacia otros como Burkina Faso y Níger. Se trata de una organización que, con el tiempo, ha llevado a cabo múltiples alianzas y relaciones que van más allá del plano militar, ampliando así la influencia económica del Kremlin en África. Sin embargo, tras la muerte de su líder, Prigozhin, en 2023 y la reestructuración de las fuerzas paramilitares rusas, su papel ha sido progresivamente absorbido por el denominado Africa Corps, una nueva estructura dependiente directamente del Ministerio de Defensa ruso y formada por una mezcla de PMCs, personal estatal ruso y antiguos miembros de Wagner. 

En lo referente al sector aurífero, el Africa Corps no desarrolla en el Sahel Central un control directo sobre yacimientos, como sí hicieron anteriormente empresas vinculadas a Wagner en países como Sudán o la República Centroafricana, pero su presencia sí tiene repercusiones importantes sobre las dinámicas del comercio del oro. En Malí, Burkina Faso y Níger, su papel se centra sobre todo en prestar apoyo militar a las juntas, asegurar corredores estratégicos y reforzar la seguridad de zonas donde se ubican rutas de contrabando, contribuyendo indirectamente a la militarización del sector aurífero y actuando como un facilitador estratégico.

  • La minería artesanal como base del sector aurífero en el Sahel

Los actores mencionados operan en un ecosistema económico basado en la minería artesanal y de pequeña escala o MAPE, que consiste en operaciones llevadas a cabo por mineros sin una buena formación mediante técnicas y herramientas simples. Frente a esta, la minería industrial es minoritaria y se concentra en unas pocas empresas extranjeras. En otras palabras, todo gira en torno a un sector aurífero mayoritariamente informal y disperso. Ahora bien, ¿quiénes participan realmente en la MAPE?

La realidad es que son miles los núcleos familiares cuyas economías son sostenidas gracias a este tipo de minería. No involucra solamente a los mineros, sino que incluye también a los transportistas, compradores locales, comerciantes, etc. A todo esto, se suma el hecho de que la MAPE se concentra en lugares en los que, como se ha explicado, el Estado no está casi presente, sino que predomina el control de grupos armados y redes criminales. Existen numerosos informes sobre la trata con fines de trabajo forzoso en torno a las actividades de extracción de oro en África Occidental y en la región del Sahel. Los tratantes engañan a los futuros mineros con acuerdos laborales coercitivos en los que los trabajadores no pueden poner fin a su empleo, y cualquier intento de escapar los expone a riesgos de violencia y represalias por parte del empleador. Posteriormente, tienen lugar la imposición de tasas, la extorsión y el control de rutas. De nuevo, dado que las explotaciones mineras a pequeña escala suelen situarse en zonas remotas, resulta muy difícil para las autoridades identificar y rescatar a las víctimas de estos abusos. Es precisamente esta informalidad que caracteriza al sector aurífero en la región la que permite que el oro tenga vías de salida clandestinas.

  • Rutas, destinos y beneficiarios externos del oro clandestino saheliano

A pesar de ser el oro una de las mayores exportaciones, siendo en Mali la principal, en la región del Sahel, esto no se traduce en una fuente de ingresos para los gobiernos de Bamako, Uagadugú y Niamey, puesto que una gran parte de la producción procedente de la MAPE desaparece a través de flujos ilícitos.

Entre el 70 % y el 90 % del oro extraído en el Sahel Central se canaliza a través de dos grandes corredores transfronterizos bien establecidos. En primer lugar, el corredor norte, que conduce el metal hacia Argelia y Libia, desde donde continúa su tránsito hacia Marruecos o directamente hacia los Emiratos Árabes Unidos, que se han consolidado como el principal destino del oro artesanal saheliano. En segundo lugar, el corredor sur-occidental, que atraviesa Togo, Benín, Ghana y Costa de Marfil, permitiendo que el oro llegue a los puertos del Golfo de Guinea, desde los cuales se envía, en su mayoría, hacia Dubái. 

No obstante, no debemos olvidar a otras potencias, como China, Rusia o Turquía, que han sabido sacar provecho del rechazo a occidente por parte de los tres países liderados por la AES. Este giro puede resultar especialmente relevante para el suministro mineral de Europa, donde, de momento, no existe una gran preocupación por el comercio de oro ilegal.

En definitiva, el oro del Sahel se ha convertido en un recurso central para comprender el tablero geopolítico de Mali, Burkina Faso y Níger. La combinación de la minería artesanal desregulada, el debilitamiento estatal y la presencia de grupos armados favorece que gran parte de la producción se escape del control oficial y alimente economías ilícitas. A ello se suma la influencia de actores externos, incluidas potencias que buscan consolidar su posición y financiarse mediante apoyo militar o acuerdos estratégicos. Todo ello hace que el oro, lejos de generar estabilidad y desarrollo, refuerce la fragmentación del territorio y complique los esfuerzos de gobernanza y seguridad en la región.

Cristina Pérez Rascado, Analista