La victoria de Zohran Mamdani en las elecciones a la alcaldía de Nueva York marca un punto de inflexión en la política estadounidense. Vinculado al movimiento de los Socialistas Democráticos de América (DSA), su ascenso representa la irrupción de una izquierda abiertamente antineoliberal en el corazón del poder urbano. Fundado en 1982 y revitalizado tras el impulso de Bernie Sanders en 2016, el DSA cuenta hoy con cerca de 100.000 miembros organizados en capítulos locales que articulan demandas como la sanidad universal, la vivienda asequible o el fortalecimiento sindical, inspiradas en el modelo social europeo. En este contexto, la llegada de Mamdani al Ayuntamiento neoyorquino rompe con décadas de hegemonía demócrata moderada y sitúa, por primera vez, a esta corriente en uno de los centros de poder más influyentes del país.
El ascenso meteórico de Mamdani responde a una notable movilización ciudadana, alimentada por un conjunto de problemas estructurales que afectan de forma directa al votante estadounidense. Hasta comienzos de 2025, Mamdani era prácticamente un desconocido; él mismo recuerda estar empatado con la categoría “Otros” en las encuestas iniciales, por debajo del 1 % de intención de voto. A partir de entonces, su candidatura comenzó a consolidarse gracias a una creciente red de apoyos locales y a un relato político que conectó con un malestar social latente. Como resultado, diez meses después logró superar el 50 % de los votos en las elecciones neoyorquinas. Como resumió Nicolas Chapuis, corresponsal de Le Monde: “Nueva York ha presenciado una de las victorias electorales más asombrosas en la historia de EE. UU.: Mamdani, prácticamente desconocido hace un año, ganó con el 50,4 % de los votos”.
Este triunfo se explica en buena medida por un mensaje claro, sencillo y simbólico: derrocar a una “dinastía política” y acercar las políticas públicas a los ciudadanos de a pie. En el programa de Mamdani converge una síntesis de la socialdemocracia contemporánea, centrada en mitigar el alto costo de vivir en la gran metrópolis. Sus propuestas más populares han consistido en congelar los alquileres durante cuatro años en los inmuebles con renta estabilizada e impulsar la gratuidad de los autobuses públicos y las guarderías para menores de cinco años. También añadió planes de justicia económica, como crear una red de supermercados municipales cuyo objetivo principal será mantener precios bajos y estables. En el mismo sentido, el nuevo alcalde se ha comprometido a impulsar la construcción de 200.000 viviendas asequibles en diez años, edificadas por sindicatos y con renta estabilizada. Mamdani plantea financiar estas iniciativas mediante fuertes alzas fiscales a grandes corporaciones y a personas con alto nivel adquisitivo, siguiendo la línea clásica de redistribución. En conjunto, el programa apunta a enfrentar la crisis de asequibilidad: Nueva York es la ciudad más cara de EE. UU., con un alquiler medio superior a 3.000 dólares mensuales, y uno de cada cuatro habitantes no puede costear necesidades básicas como vivienda o alimentación. La campaña de Mamdani se dirigió directamente al descontento de los “jóvenes cansados del coste de la vida, de los alquileres imposibles y de los sueldos que no alcanzan”. Su lema, “No se puede vivir en Nueva York”, resonó con fuerza entre inquilinos, trabajadores precarizados y familias en dificultades crecientes. Con este diagnóstico, canalizó la frustración colectiva hacia propuestas concretas, reforzando la conexión entre su discurso y las preocupaciones inmediatas de los votantes. El impacto fue especialmente notable entre los sectores jóvenes: de acuerdo con los datos a pie de urna analizados por el Center for Information and Research on Civic Learning & Engagement, el 75% de los jóvenes votó por Mamdani, en comparación con el 19% por el ex gobernador de Nueva York Andrew Cuomo y el 5 % por el republicano Curtis Sliwa.
El éxito de Mamdani descansó también en una estrategia de base excepcional. Su campaña coordinó a 100.000 voluntarios que recorrieron puerta a puerta tres millones de viviendas neoyorquinas, utilizando una aplicación interna para mapear barrio por barrio y registrar a cada elector según idioma y prioridades locales. Al mismo tiempo, aprovechó con creatividad las redes sociales y la cultura pop para difundir sus mensajes. Vídeos virales, como aquel en que emerge congelado prometiendo “congelar los alquileres”, o memes con iconografía urbana, alcanzaron millones de visualizaciones. Esta combinación de movilización tradicional y herramientas digitales amplió significativamente el alcance de la campaña, que terminó contando con más de 80.000 voluntarios activados a través de redes sociales, además del apoyo de celebridades y activistas que reforzaron su visibilidad.
La candidatura de Mamdani puso de manifiesto la tensión entre dos corrientes en la política neoyorquina: por un lado, el establishment demócrata; por otro, el de los ciudadanos que buscan soluciones urgentes por encima de las siglas políticas.
El exgobernador Andrew Cuomo encarnó la primera corriente. Vinculado a las estructuras tradicionales del partido y marcado por diversos escándalos, Cuomo articuló su campaña sobre el respaldo del aparato institucional, incluido el alcalde saliente Eric Adams, que formalizó su apoyo semanas antes de la votación. Esta alianza reflejaba la apuesta por la continuidad frente al cambio que proponía Mamdani.
Meses antes de las elecciones, esta tensión se trasladó también al plano mediático. El editorial del New York Times cuestionó la experiencia de Mamdani y describió su programa como otra versión del mandato de De Blasio, sugiriendo que Cuomo representaba una opción más estable: “Lamentablemente, el señor Mamdani se presenta con una agenda que resulta particularmente inadecuada para los desafíos de la ciudad. […] Presenta una agenda que sigue siendo atractiva para los progresistas de élite, pero que ha demostrado ser perjudicial para la vida en la ciudad”. Pese al respaldo de la clase política y de ciertos medios relevantes, la estrategia de Mamdani logró imponerse gracias a su conexión con la ciudadanía.
Tras la elección, los republicanos han reaccionado con dureza. El presidente Donald Trump, que previamente lo había calificado de “lunático 100% comunista” y amenazado con cortar fondos federales a la ciudad, ha afirmado que quiere que Nueva York tenga éxito y que está dispuesto a ayudar al nuevo alcalde, aunque advirtiendo que Mamdani debe mostrarse “respetuoso” con Washington para poder gobernar eficazmente. Mamdani, por su parte, ha reiterado que no suavizará sus críticas hacia Trump, pero que va a mantener la puerta abierta al diálogo, adoptando un enfoque pragmático frente a la oposición federal.
Dentro del Partido Demócrata, la victoria ha suscitado llamados a la unidad, conscientes del desafío de gobernar con un liderazgo considerado radical por ciertos sectores. En conjunto, el panorama refleja una fuerte polarización: mientras algunos desconfían del socialismo democrático, otros perciben la elección de Mamdani como un símbolo de renovación y esperanza frente a la deriva autoritaria nacional. Su triunfo también se interpreta como un ejemplo de cómo la movilización ciudadana puede redefinir la política local y proyectar efectos más allá de Nueva York, con implicaciones para la dinámica interna del Partido Demócrata.
Mirando a futuro, Mamdani enfrenta desafíos estructurales complejos. Debe negociar con el poder estatal, que no está alineado con sus medidas de gasto social; lidiar con un aparato demócrata municipal que hasta ahora marginó a su corriente; y gestionar la tensión con el capital privado de Wall Street, que tradicionalmente ha dictado la política económica de la ciudad. Su éxito dependerá de su capacidad de negociación y de establecer alianzas estratégicas.
Por primera vez, una corriente abiertamente izquierdista alcanza un puesto ejecutivo en un epicentro económico global, ofreciendo un referente para experiencias similares en otras metrópolis capitalistas. Su mandato será observado tanto por quienes buscan impulsar políticas progresistas y de justicia social como por quienes advierten sobre los riesgos de medidas percibidas como radicales o populistas en un contexto de influencia económica dominante.
En conclusión, la victoria de Zohran Mamdani no marca un punto final, sino el inicio de un cambio profundo. Abre un debate sobre la capacidad de la socialdemocracia urbana para gobernar sin renunciar a su ambición transformadora. El desafío central consiste en convertir ese inmenso capital político, la movilización inédita y el mandato implícito de cambio, en resultados concretos: construcción de viviendas, transporte eficiente y servicios públicos de calidad. El éxito dependerá de su habilidad para mantener sus principios frente a la presión del statu quo. Si Mamdani logra equilibrar la militancia con la burocracia, y las calles con los despachos estatales, podría sentar las bases de una nueva manera de ejercer el poder en la cuna del capitalismo, redefiniendo la política norteamericana para las próximas generaciones.
